Cuando pasó el vendaval la lluvia se hizo más leve, más tranquila, más serena. Ya no se percibía esa pasión arrolladora de los elementos. Se había desahogado el cielo y el huracán recorrió las cumbres sin hacer daños, descubriendo rutas secretas en los recovecos de esos montes. Los caminos hacia arriba seguían abiertos pero se cerraban como pétalos de flores, poco a poco, apaciguados, satisfechos.
Fue una noche de locura y el fantasma que me acompañó, se portó, con su experiencia milenaria, como si fuera un maestro gentil y apasionado.
Acerca de la autora:
Adriana Alarco de Zadra
Adriana Alarco de Zadra
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