Salió del campanario hecho un alma en pena, pobre. Volaba primero en círculos verticales rizando el rizo, luego no resistió la tentación y se hizo triángulo obtusángulo, cada lado pintado de rojo como los estambres del azafrán, pero la luz que reflejó la cerradura del libro que le permitió volar le hizo de pedúnculo de vidrio y poco después se desplomó contra el granitullo azul plateado de la plaza. Acomodó las plumas pegadas a las alas de cuero, leyó otra vez el acertijo en la palma de sus manos ensangrentadas e intentó salir de ahí. No contó con la gente que, asustada, empezó a apedrearlo y, claro, con tanto peso no pudo volar.
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