lunes, 14 de marzo de 2016

El final del Teseo - Héctor Ranea


Como muchos, el Teseo terminó cantando tangos a la entrada del Cementerio de la Chacarita haciendo escala en el de Lomas, en el de Lanús y en otras regiones similares del conurbano; de hecho, fueron famosas sus improvisaciones milongueras en los velorios de Merlo, pero hace de eso tanto que casi nadie se acuerda. Su fama, me contó mi amigo Carlos, llegó hasta Pergamino.
El placer por el tango le vino de haber perdido la chaveta culpa de la flaca Ariadna, de cuando (él decía) la dejó allá perdida en una isla del Delta. Lo que se comentaba en el Bar El Rayo de La Plata, el último lugar en el que lo vi en persona, era que ella lo había dejado por un peón de catamarán al que apodaban El Torito, secuaz del famoso La Pringa, boxeador de peso welter, cuando los welter eran welter y no esa zarandaja que los define ahora.
En fin. Teseo se ancló en la pampa. Se la trajo a la muchacha después del asunto de Creta, medio como en esos tangos en que la minita sigue al burrero y sale todo mal. Cuando lo dejó (aburrida de verlo pavear), él se acollaró con una zurcidora correntina que no podía entender qué hacía un héroe mitológico, si los hubo, cantando tangos en los cementerios.
Una vez el Teseo le quiso explicar, pero la percanta se le quedó mirando sin entender y él, calladito, se prendió un faso, se puso a mirar las necrológicas y salió sin decir nada, para volver a la medianoche con un tubo de vino y algo para morfar: media masa con cebolla, unas empanadas de algo incierto, cosas así, que ligaba —decía él— en los velorios.
Teseo tenía fama de componer deudos. Dicen las chismosas del barrio que era hábil en esos menesteres. Se trataba de poner a los deudos en paz con su pérdida. Sobre todo si el muerto se había ido sin firmar algún documento: Que un seguro de vida, que un trámite para cancelar por muerte un crédito, testamentos, ese tipo de cosas. O peores, que no voy a contar porque en el fondo no soy un buchón.
Eso era lo que no entendieron Ariadna, la cretense, ni la correntina. Teseo, por su habilidad con los laberintos, había logrado, con sólo mirarle las huellas digitales al difunto copiarlas, tal como hiciera con el laberinto de Dédalo; tenía una mano notable para el dibujo, vea mire: el chabón las dibujaba en los papeles que le ponían los deudos delante con una generosa porción de morlacos para apaciguar los malos pensamientos. Cantaba tangos como cobertura, claro. Con la edad, el tinto y el exceso de fainá perdió la habilidad y se acabó el jabón. La otra mina también se piantó y a él sólo le quedó ir de bar en bar cantando tangos con un raro acento minoico, mostrando fotos de cuando domaba toros en Creta.

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