—Depende, master —contestó con la voz retumbosa de los que tienen moco de pavo—. Algunos me consideran bastante sagrado porque, cuando sobro, se corta su mayonesa, pero a decir verdad: ¡todas patrañas! Soy un pájaro del montón.
—¡Pero habla!
—Sí; claro. Como todo humano, usted es demasiado humano: piensa. Así, aunque insisto que no soy ni vaca ni buey sagrado, le digo que anduve con el mismísimo Zarathustra.
—¡Amalaya! ¡Usted era el águila!
—A decir verdad, master, si yo fuera águila usted sería una sirena.
—¡Qué perspicacia! ¡Qué profundidad!
—Profundidad, sí. No hay duda. Y ya que estamos: ¿cuánto calcula usted el pozo donde se ha caído? —me dijo el bípedo emplumado.
—No mucha. Esto que usted ve acá es un tonel.
—¿Vacío? No sé si llorar por tí o irme al carajo volando. Mejor elijo volar.
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Héctor Ranea
Héctor Ranea
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