Estos grandulones ahora arrastran los pies para levantar de pronto uno de los zapatos con un chasquido y elevarlo y patear una bolsa de basura con gato y todo y enviarla a un kilómetro entre risotadas gritos ché boludo vení boludo dos de ellos se dirigen en un trotecito hasta la pared se ponen a mear comparan la dimensi¢n de sus vectores amagan toquetear a la mujer que camina la misma vereda y que finge no verlos y en eso desde las cornisas llovizna aquel tizne aquel carbón en gotas mugrosas aquella desolación plomiza del Once. Estos grandulones gritan uugh ante las fotos del cine porno y de repente: la más tetona de esas imágenes exfemeninas se descuelga por la pared, a riesgo de rasgar la bombachita de seda cuyo borde superior se le acampana en la cintura como una corola renegrida, tan brillante, y les cecea a los grandulones absortos: ¿quién es de vosotros, chavales, el más machito y bien puesto? (probable origen hispánico, adviértase, de la criatura).
Estos grandulones escapan de la dulce criatura cruzan a toda carrera casi se tiran bajo el auto que debió frenar y casi estrellarse contra un farol de la plaza, a toda carrera acuden estos grandulones a las videomaquinitas de la estación, vení boludo no seas boludo andá boludo de dónde salió esa mina ma qué mina era un vagón te arrugaste todo las minas no existen boludo son un mito (esto lo dice -a si mismo- el borracho vuelto un amasijo en la mesita sobre la vereda; el mismo borracho que se responde: cómo un mito, el mito sos vos, boludo).
Plaza Once gris-muerte alfombrada de boludos, con ese boludo monumento mortuorio, el más boludo que concebirse pueda, consagrado a un mulato boludo que después, encima, invistió nombre de calle. La más larga y boluda del mundo.
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