Irina guardaba un cuadro. Era una
naturaleza muerta donde las frutas estáticas parecían tristes. Lo había heredado
de su abuela y aunque a nadie de la familia le gustara, Irina lo conservaba
como un tesoro. Siempre abría el viejo baúl y lo observaba a escondidas de los
demás; pero un día le pareció que una gran manzana había desaparecido. Ella
estaba segura de haberla visto justo al lado de un jugoso durazno, pero claro,
era imposible. Sorprendida, pensó que se había equivocado, que siempre había
sido así. Pasó un tiempo y con gran curiosidad volvió a abrir el viejo baúl. ¿Se
estaba volviendo loca? Ahora en lugar de frutas bien acomodadas una al lado de
la otra había un grupo de niños harapientos que se daba un festín.
Acerca de la autora:
Ana María Caillet Bois
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