martes, 5 de enero de 2016

Un cuento de navidad - Abel Maas


Tuve que arreglar el equipo de aire acondicionado del auto y no hay nada en este mundo que me resulte más innecesario que eso. Me gusta la vida como es; sentir el aire muy caliente o muy frío que golpea mi codo con psoriasis, mi antebrazo y mi cara, pero los amigos que suben lo reclaman y los amigos son los amigos.
Detesto la calle Warnes y sus alrededores, son todos violadores y narcos los que tienen negocios ahí, son socios de los hermanos Lanatta que también están en el negocio de los autos adulterados. Entonces busqué en Internet, busqué bien hasta que encontré el lugar y sentí que era ese.
Quedaba en Gerli. Gerli es una ciudad repartida entre los partidos de Lanús y Avellaneda en la zona sur del Gran Buenos Aires. Se encuentra ubicada en lo que antiguamente se conocía como Paraje del Ombú de Preciado, Ombú Preciado u Ombú Despreciado. La estación ferroviaria y la ciudad de Gerli hacen referencia a don Antonio Gerli, industrial textil de origen italiano que donó los terrenos para tal fin, en los primeros años del pasado siglo XX, comenzando los loteos en la zona a partir de 1910.
Llamé por teléfono al taller para pedir un turno y poder resolver ese misterioso problema y estuve ahí en el día y la hora en que fui citado. El martes 29 de diciembre de 2015 a las 09:15 de la mañana conocí a Julio, titular de “Refrisur”. Le dije que el aire no andaba; me dijo que se lo dejara y que vuelva a llamar al día siguiente. Julio es un hombre joven, alto, tirando a obeso, un poco más que yo y tiene los ojos claros, color té con leche.
El miércoles 30 a eso de las 4 de la tarde me comuniqué con él  y me contó que varias cosas estaban rotas o podridas, podía tenerlo al día siguiente; el precio que me dijo era elevado. En realidad cualquier dinero me hubiera parecido mucho dado lo inútil que resulta para mí esa pesadilla llamada confort, pero supe que ese era exactamente su valor. Cuando le pregunté me dijo que podía pagarlo con tarjeta de crédito, en 3 cuotas sin interés, lo que resultó un alivio y le dije que le meta. Agregó que estaría listo al día siguiente, jueves 31 y que por ser el último día del año no abría el taller pero que toque el timbre a la mañana temprano en la puerta celeste, en la vereda de enfrente, su casa.
Al día siguiente, a las 8 de la mañana, me vi a mi mismo tocando el timbre en esa puerta y bajó Julio desde el primer piso acompañado por una mujer rubia, también alta, con una linda sonrisa y comprendí inmediatamente que se trataba de su compañera. Cruzamos al taller, Julio me mostró el auto y me dijo que andaba maravillosamente bien y me pidió que lo pruebe, cosa a la que me negué. Nos acercamos a un pequeño mostrador y mientras su esposa hacía los trámites administrativos, conversamos los tres de cuestiones del momento.
Supe que ella era abogada y mentí contando que una vez estuve casado con una abogada que me rompió el culo y los tres sonreímos. Julio quiso saber cuántos hijos tuve con ella y le dije que felizmente ninguno. Mientras tanto, la tarjeta no pasaba, no salía el papelito de esa maquinita que creo que se llama potsnet. Comprendimos que era por el día, el último del año, todo el país compraba cosas y arreglaba el auto, el sistema estaba saturado y me puse un poco nervioso. Salieron de la maquinita papelitos falsos y resultaba imposible cerrar la operación, entonces Julio me dijo que vuelva el lunes.
Entonces te dejo el auto le dije, y me contestó
—Volvé el lunes.
—Tengo 600 pesos para dejarte de seña insistí. 
Volvé el lunes me dijo serio, clavándome la mirada.
Volví a casa con el auto, estaba confundido y pensaba que Julio no tenía ni mi número de teléfono.
Cuando le conté lo sucedido hasta aquí a uno de los paranoicos que suben al auto, me dijo: 
—El lunes a las 12 del mediodía te va a mandar matar si no estás ahí antes de las 10. —Pero todos lo conocemos.
El lunes (hoy) estuve en la calle Brasil de Gerli a las ocho y cuarto; la fiel compañera de Julio estaba en su puesto, le di la tarjeta y firmé el papelito con entusiasmo, anotando claramente mi DNI, cosa que no hago nunca, o lo pongo cambiado porque me equivoco.
En el momento de la despedida el mecçanico y yo nos dimos la mano, como si fuéramos a iniciar una pulseada, como se usa ahora y le dije: 
—Vos sabés que no hay muchos tipos como vos, ¿verdad?
Me miró a los ojos con los claros de él, parecidos a los míos y dijo: 
—Como vos tampoco.
Si alguien necesita arreglar el aire acondicionado del auto, o si simplemente anda por la zona y quiere conocer personalmente a este hombre cabal, puedo darle su teléfono en privado, pero preferiría que no le hablen de mí.

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