Se acercó despacio, me tomó entre sus manos y con timidez fue sacando notas de mi encordado adormecido. Me costó salir del letargo. Las arañas habían hecho su paciente trabajo y resultaba difícil diferenciar las cuerdas de los hilos de la tela.
La intuición de los dedos de Malena pudo. Desenmarañó el abandono y acá estoy: luminosa en medio del salón, a años luz del ángulo oscuro. ¿No escuchas acaso la melodiosa risa que inunda la casa?
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