Hubo un tiempo en que las cosas carecían de nombre
y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo
Gabriel García Márquez.
Cien Años de soledad.
Un día el dedo se cansó; las
cosas vagaban por la casa, perdidas en el espacio, ya nadie las señalaba.
Cansadas de viajar por el suelo remontaban las paredes y volaban por el techo.
Hasta que un día, mágicamente, comenzaron a hablar; tanto y tanto hablaron que
nadie se entendía. La gente no sabía qué hacer; entonces llegó el más viejo del
pueblo apurado en poner orden, y empezó a darle a cada cosa su nombre. Nadie se
animó a contradecirlo, las cosas se asustaron y cayeron al suelo; mudas de
terror. Entonces el viejo aprovechó y llamó cama a la cama, mesa a la mesa y
así todas las cosas se acomodaron, esperando un nombre. Y así se denominan
hasta el día de hoy.
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