—Hombre, no se ponga así, un mal día lo tiene cualquiera. —El artista, que se hacía llamar "maestro" como si de un Leonardo se tratara, intentaba excusarse, ante la mirada asesina de su cliente.
—Le pedí el retrato de mi gata persa, y... ¿esto es lo más parecido que es capaz de hacer? —El cliente, ofendido, señalaba el grotesco dibujo del animal, que más bien parecía una bestia extinta, llena de manchas de color negro y de contornos imprecisos, a cierta distancia indistinguible de un borrón.
—Asunto arreglado: no le cobraré —ofreció, sin mucha convicción, el maestro del taller.
—El problema no es que me cobre o no, sino que me tengo que llevar su maldita obra puesta —protestó de nuevo el cliente, horrorizado ante la visión de su brazo recién tatuado.
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Javier López
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