martes, 5 de enero de 2016

Caos - Ana María Caillet Bois


Monsieur Bonnard, el chef mimado por la televisión, dueño del mejor restaurante de Aguas Claras, el balneario de moda en la costa del Tuyú, se afana en la cocina para preparar la mejor langosta de su vida. No puede fallar. Uno de los matrimonios más aristocráticos del país ha bajado desde Cariló a comprobar en persona si la fama de Bonnard es verdad o puro cuento. La señora Pancha Rivadeneira de Blas Pascal y Bakunin y el próspero avicultor Jacinto Alastristes esperan, ya un poco impacientes, que el plato solicitado se haga presente. 
Pero las cosas no son tan sencillas en la cocina. A la heladera, también llamada doña Pancha, rechoncha, se le salen las salchichas, las sorpresatas y las mollejas que aprendieron a abrir la puerta, se escapan hacia las paneras y fuentes o se colocan solas entre rebanadas de pan de campo. La cocina importada de China, empotrada en la pared, muy moderna, pero aburrida porque lo que más se usa es el wok y la parrilla, baja despacito y sale caminando rumbo al cine a ver una película de amor. El lugar está convulsionado. Doña Pava sirve agua casi fría para el mate, pero tiene mala puntería y no la emboca. Don Cuchillo trata de ayudarla, pero doña Pava no quiere que su eterno pretendiente le toque la cintura. La olla Cebolla, llena de agua hirviendo, mira nerviosa a la langosta que pronto flotará en su interior. ¿Qué se siente cuando una pobre langosta es sometida a tamaña tortura? Lentamente, apartándose del fuego y tratando de no volcar el agua, se va de la cocina con rumbo desconocido. Monsieur Bonnard, desesperado, advierte la deserción y corre tras Cebolla, pero cada vez que arrima la langosta a la olla, esta lo elude con una graciosa finta hasta quedar a salvo. La comida no se prepara y una tropa de desconcertados ayudantes va y viene sin dar pie con bola. El chef está cada vez más desesperado y espía el salón a través de la cortina de ratán malayo. Los comensales están muy enojados porque la espera de su comida se hace interminable. Los más furiosos son los miembros del matrimonio “paquete” que pidió langosta y ahora están dispuestos a armar un piquete.
En la cocina, mientras tanto, la cosa se complica aún más cuando los platos, las copas, las fuentes, las cucharas y las cucharitas, los tenedores y los cuchillos se solidarizan con la langosta condenada a muerte y salen detrás de la olla Cebolla como en un desfile, irrumpen en el salón, para espanto de la selecta concurrencia, pasan debajo de las mesas, entre las piernas de esa gente tan fina que, falta de entrenamiento para esos menesteres, no atina a capturar a un mínimo pocillo, salen a la calle, se dirigen a la playa y se pierden por la arena rumbo al mar. ¡Por fin están de vacaciones!
A todo esto, la langosta, prendida de la nariz del chef, entona la Marcha de San Lorenzo.

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