La primera mosca que maté la anoté en mis cuadernos de escuela elemental, certificando peso, color, longitud y envergadura. Con el tiempo, llené libros de contabilidad, de investigación, de hojas que yo mismo encuaderné. Todas las moscas eliminadas por mí, con las mismas características de cuando tenía siete, figuraban en mis notas. Tuve que alquilar un departamento para tener las bibliotecas pues mis padres no querían que les tapara con semejantes datos. En todos estos años llevo muertas la friolera de trescientos cincuenta y tres mil veintisiete moscas. Hasta el año pasado no había encontrado ninguna mosca blanca y ahora llevo, sin embargo, la cuenta de trescientas una en los últimos once días. Ojalá entendiera qué está pasando.
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Héctor Ranea
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