Aquella mañana, cada silla convirtió en piedra a su ocupante: aulas escolares, oficinas y aeropuertos fueron los salones de un museo que mostraba a parte de la humanidad mutada en una inmensa hueste de estatuas brillantes y negras. Los que aún dormían murieron de inmediato; los que estábamos de pie o caminando quedamos mudos, sordos, ligeramente locos. Quienes subían escaleras o estaban sentados en sillones desaparecieron para siempre. Sólo los niños que jugaban en el suelo no sufrieron cambio alguno. Esa noche, conforme la oscuridad avanzaba por los continentes, una compacta marea de sillas vacías salió volando lentamente rumbo al espacio exterior. Ahora los niños, en un mundo sin sillas, miran en silencio las estatuas sentadas de quienes fueron sus padres.
Ricardo Bernal
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