Llegaron los extraterrestres, pero no fue como las malas películas habían pronosticado. Invadieron,
sí, eran invulnerables, en efecto, no se los podía dañar ni con armas atómicas, tretas o brujerías. Y no eran para nada sanguinarios, en absoluto, sino bonachones y simpáticos Lejos de herirnos o humillarnos, se ocuparon de aprender nuestros idiomas y aceptar nuestras costumbres. En síntesis: nos trataban como magnánimos vencedores. No lográbamos salir de nuestro asombro. Hasta tal punto llegaban, que uno de los jefes invasores, en una entrevista concedida al canal de noticias Euro News, declaró lo siguiente:
—Estamos muy felices de haber conseguido esta victoria, que se debe al trabajo en la semana y a la buena estrategia diseñada por nuestro director técnico.
—¿Quiere agregar algo más? —dijo el periodista manteniendo el micrófono a una distancia respetable de las fauces del monstruo, repletas de filosos dientes.
—Sí, que dedicamos este triunfo a todos los escritores de ciencia ficción de la Tierra, que siempre creyeron en nosotros.
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