Dos ciudades exactamente iguales, una en la costa y otra sumergida. Lo único que las diferencia es el sonido de las campanas de sus iglesias, al propagarse por el aire y por el agua.
Dos aves, una ciega. Las dos cantan pero el canto del ave ciega se asemeja a un repetido y obstinado golpe de martillo sobre un metal que proviene del fondo de la tierra, al que sólo llegan las raíces.
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Carlos Barbarito
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