Yang Tzu se preguntaba si pegar los mocos semiduros o plásticos bajo la superficie de los muebles —mesas, sillas, poltronas, consolas, marcos de cuadros y espejos— cuando nadie nos ve, debía ser criticado desde la ética, estética, higiene, metafísica. O por el contrario, estimulado como acto de íntima comunión con el ser de los muebles, que en adelante registrarían también los dichos mocos —“pelotillas” en España, “bolitas” en Iberoamérica—, ya no contingentes, que cuando nadie mira pegamos en los sitios recónditos, en gesto que extiende a lisuras mobiliarias invisibles o ignoradas de todos parte de nuestra vida interior, para ungir lo casi olvidado —esa remota superficie de noble madera— con una secreción vecina a todo perfume.
Li Zeu, maestro de Yang Tzu, llegaría más lejos: Amasar los propios mocos es una sucia costumbre —observó— pero no obstante, con una buena cantidad de ellos puedes construir un palacio.
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