Veo el incómodo caminar de los pájaros y dejo de tenerles envidia. Ellos hablan en sus poesías sobre nuestras manos y no pueden entender por qué Dios los hizo así, sin dedos oponibles.
—¿Para qué volar si no se puede atrapar el viento? —dicen en sus trinos equivocados. Es cierto que yo tampoco puedo sostener en mi mano una ráfaga de aire, pero si me dieras a elegir entre mis manos y un par de alas, por supuesto no de las atrofiadas sino de aquellas que sirven para el vuelo, elegiría seguir pegada al suelo mirando el revolotear de mis dedos.
Veo el incómodo caminar de los pájaros y dejo de tenerles envidia, pero si alzo los ojos al cielo y me quedo prendida observando la maravilla de sus vuelos, pues simplemente, peco.
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