Ella no sabe bien. Al dar el primer bocado lo supe. Pese al esfuerzo de sus padres por mandarla a los mejores colegios; a pesar de vestirse en las más exclusivas boutiques, usar los más delicados perfumes y frecuentar los ambientes más refinados, ella no tiene buen gusto.
La escupí de inmediato, junté sus restos y los enterré en el fondo de casa. Al menos servirá como abono para la tierra de mi huertita hogareña. Espero que no largue mal olor.
La próxima vez tendré que ser más pícaro y no dejarme engañar tan fácilmente.
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