—Disculpe, es la entrada para clientes. Acá no puede —dijo el guardia, con la clásica expresión de oler mierda—. No me haga llegar a extremos, vea —aclaró, acariciando su bate de béibol.
Tuve escalofríos. Después de tanto discutir con ese obtuso decidí que era mejor entrar por donde me mandaba y quejarme ante el gerente después. ¡No puede ser que en un bar “clon friendly” me traten con esas maneras!
Una vez dentro, me dejé llevar por el desenfreno del alcohol, la aventura con la gente, el baile y recién a la madrugada interpelé al tipo. Era bastante desagradable, por cierto. Después de escuchar mi queja, un tanto distorsionada por mi borrachera salvaje, me dijo:
—Mire. Este vigilante es un simplón. No sabe literatura. ¿Un clon de Samsa, transmutado? ¿Usted cree que él podría distinguirlo de una cucaracha común?
Digo: me convenció pero claro, yo estaba muy en pedo.
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Héctor Ranea
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