Hace muchos años, y durante cortos y numerosos períodos aleatorios, compartía intimidad con una muchacha muy linda, rubia, grandota, ofreciendo siempre su melena al viento; fumaba Particulares livianos y su mamá era húngara.
Mi rubia padecía de un exceso de fervor y entusiasmo por todas las cosas de la vida, las más sencillas y las más complejas. Se celebraba y se cantaba a sí misma y pretendía que se le abonara con la misma moneda. Era, como decirlo: un permanente sentir. Por esa época yo sólo escuchaba "Nathalie" y releía incansablemente Últimas tardes con Teresa.
Avanzada estudiante de sociología no pudo escindir teoría y sentimiento y, finalmente, se proletarizó. Largó todo (yo incluido), se fue a vivir al campo y aprendió a manejar la enfardadora de alfalfa. Durante la época de la cosecha fina, cuando tenía mucho tiempo libre, y con su reconocido fervor, se dedicó a profundizar sobre "La cuestión agraria". Gustaba caminar de noche, desnuda, a la luz de la luna, entre los surcos de laboreo y, a veces, lloraba frente a las parvas. Soñaba con una "larga marcha" de tractores, cosechadoras, rejas de arados, enfardadoras y proletarias carretillas sobre los centros urbanos y las grandes capitales.
Formó centros de concientización, equipos de agitación, cooperativas obreras y comités de lucha. En el campo se la empezó a conocer como "la loca de la alfalfa". Yo la visitaba cuando la cosecha gruesa y le llevaba "el material" que mes a mes me indicaba minuciosamente por carta. Fue así que conocí Rojas, Casilda, Venado Tuerto, Las Trojas, Armstrong y otros enclaves de la pampa gringa. En los viajes llevaba como único equipaje el cassette de Gilbert Bécaud y el gastado ejemplar de Juan Marsé. Durante el oscuro período de la dictadura militar perdí todo contacto con ella.
La volví a ver –por televisión– en julio del 2008, en las manifestaciones del agro por la 125, cantando el himno con Miguens, Alderete, De Angelis, Bussi y toda la mesa de enlace. Vestía un apropiado conjunto de "Cardón" y su melena, ahora rubia ceniza, se adornaba con una bonita boina Armani. Estaba más linda que nunca y se la veía exultante como siempre.
Su mamá regresó a Hungría: cocina goulash a orillas del Danubio; en mí próximo viaje visitaré Budapest, la buscaré y la encontraré. Tenemos que hablar de ella.
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Abel Maas
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