Anoche, durante la tormenta, nos peleamos otra vez. Le alcé la mano, puede que la golpeara, no lo recuerdo. Enfurecida, salió a cubierta. Afuera arreciaba el viento; la seguí. Aún no había terminado de subir la escalerilla cuando recibí un golpe en la cabeza. Aturdido, la vi a través de la cortina de lluvia y me abalancé torpemente a sus pies, derribándola, pero se liberó dando patadas con frenesí. La alcancé junto a la borda; mientras forcejeábamos, nos envolvió una enorme ola, sentí un vértigo repentino y luego la perdí.
Hoy amaneció en calma. La veo maniobrar con energía y destreza, absorta en la rutina del barco. Me siento incapaz de hablarle, de tocarla. Ella pasa junto a mí sin temor alguno, como si no me viera, como si yo ya no existiese. Su rostro maltratado refleja resolución y alivio.
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Real y cruel... Un saludo
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Lasafor. Tristemente, la realidad supera con mucho a la ficción. Un cariñoso saludo.
EliminarGracias por tu comentario, Lasafor. La historia es cruel, sin duda; por desgracia, también en este terreno la realidad supera a la ficción. Espero, modestamente, haber hecho literatura y no crónica de sucesos. Un saludo.
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