jueves, 1 de octubre de 2015

Parar la olla - Héctor Ranea


—¿Sabe que me encontré con Vincent? ¿Se acuerda? David Vincent.
—¡Ah! Pensé que hablaba del holandés… ¿Trabajaba combatiendo a Los Invasores, verdad? ¿En qué anda?
—Repara computadoras como negocio pantalla en Triunvirato y avenida de Los Incas.
—¿No me diga! ¿Pantalla!
—Sí, ni hablar; en realidad recupera oro de la mayoría de lo que le traen. Oro, niobio, tantalio y tungsteno. Está en la cadena de comercialización del coltan, mire lo que le digo…
—¿Así que en el mercado negro! Me deja sin palabras.
—¡Negrísimo! Se lo vende a los Invasores.
—¿Qué! ¿Se pasó al otro win?
—Y… se sabe. Tiene que parar la olla. Por un lado nadie le daba ni bola. Ya ni réitin tenía. Encima meta con eso de que si no puedes vencer a tu enemigo… únete a él. El tipo no aguantó. Tiene cuatro pibes, creo.
—¿Cuatro? Creí que había quedado estéril después de tanta exposición a la fogata en la que exterminaba a Invasores. ¡Qué cosa! Uno no tiene en cuenta el sacrificio de esta gente…
—Y sí. Escribió varios libros de autoayuda, pero no consiguió nada de tela. Los editores se quedaron varias veces con su hígado.
—¿Qué libros, che? Me interesa porque soy un coleccionista.
—Tiene uno sobre ayuda para encontrar pájaros comestibles en las planicies de Nuevo México, otro de manejo nocturno en carretera, uno de reconocimiento de ovnis a la luz del día o durante la noche…
—¡Claro! Muy específicos. Al lector típico eso no le va.
—Como será que el único que le dio unos pesos fue uno sobre reconocimiento de invasores.
—¡Pero eso es fácil! Se les reconoce por el meñique de la mano derecha. Ellos no pueden abducirlo.
—Lo mismo le dije yo y me contestó que en la serie lo habían inventado.
—¡Qué desilusión! ¿O sea que no? La cantidad de gente que uno podría haber mandado en cana… Menos mal que yo siempre dije que a la televisión mucho no hay que creerle…
—Menos mal. Lo que sí me dijo (y me regaló la información porque el libro está agotado) es la verdadera manera de reconocer extraterrestres.
—Y dígame, ¡ya que está! ¿De qué manera nos damos cuenta si estamos ante invasores? O sea, la verdadera manera, claro.
—Parece, según David, que todos los varones cuando nos agachamos se nos ve la raya.
—¿Perdón? Por más que pienso… ¿Qué raya?
—No me haga poner escatológico, don.
—¡Ah, pardón! Continúe.
—No se sonroje. Está todo bien. El tema es con las mujeres. Están las que cuando se agachan también se les ve y las que no.
—¡Oh, pardiez! Supongo que a las que no, se las podría catalogar como… ¿No, no es así?
—Para nada. A las terráqueas no se les ve. Pasa que los Invasores copiaron todo pero ahí supusieron que eran iguales.
—Pero eso es incompleto, diga. ¿Y si son todos varones, cómo hago?
—No sé. No se me ocurrió. Para mí que Vincent nos quiere embromar, ¿no le parece?
—Ahora que lo dice… Supongo que querrá usar la información para seguir parando la olla. Si nos dice todo, capaz que se le termina el negocio. ¿Cómo dicen los gringos? Bísnes is bísnes…

Días después.
—¿Sabe que le pregunté a Vincent?
—¡Ah! ¿Volvió sólo para preguntarle eso de la raya del culo de los varones?
—Necesitaba un poco de coltan y aproveché.
—¿A usted también le está fallando el celular?
—¡Qué le parece? Es un problema. Todos andamos igual. Nos tendríamos que unir y que larguen esto de vender antenas de celulares que se autodestruyen. Es una estafa. Una estafa. Mire, después de todo, lo que le dan a uno en el negrero de David Vincent. Ahora se lo muestro… ¡Oh, se me ha caído! Con este peso…
—No hay problema, se lo alcanzo.
—Me va a tener que disculpar, buen señor, pero no me queda más que matarlo. ¡Usted es un invasor que se lleva el Niobio a Zertao 23! Lo descubrí, gracias a que a usted no se le ve la raya.
(Aparece David Vincent)
—¡Detente! Este es mi contacto, si me lo amasijas estoy frito.
—Pero… pero… ¡Es un invasor! ¡Usted me dio todos los datos! ¡No se le ve la raya del culo, como usted me dijo!
—Pero la vida es así, mi muchacho. Tengo que parar la olla. Lo siento, tenemos que proceder.
—¡Qué! ¡Por qué me miran así? ¿Me van a matar? ¡No, no me maten! Yo también soy invasor. ¡Soy de la centésima décimo primera legión, tercera invasión, vengo de Marte!
—¡Otro perdedor! Vincent, mándelo a la nave. Éste va para la olla comunitaria en la Pequod 41. Esta noche, los niños comerán marciano.

Acerca del autor:
Héctor Ranea

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