Al atardecer, el ataúd se elevó y quedó suspendido en el aire. Los dolientes, mudos... blancos como cadáveres.
La más anciana, y señora del difunto, levantó su dedo índice hacia el cajón y dijo de manera cortante.
—Eusebio, ya no soportaré una sola broma más.
Lentamente el ataúd se apoyó en el suelo si hacer ningún ruido.
Acerca de la autora:
Ana María Caillet Bois
No hay comentarios:
Publicar un comentario