viernes, 9 de octubre de 2015

Chapuza Espacial - José Vicente Ortuño


Fui único que se ofreció voluntario para la misión. Eso no quiere decir que yo fuese un tipo valiente, todo lo contrario, soy el primero en escaquearse cuando hay que currar. Pero aquel día llevaba una borrachera de esas tontas, que hacen que te descojones de risa por cualquier cosa. Así que, cuando el capitán de la nave, tambaleándose bajo los efectos de la cerveza marciana, salió del puente y dijo con voz de borrachuzo cazallero: 
—¡Hace falta un voluntario para una misión! 
En realidad sonó algo como: «¡Jase farta un goluntagio pa’una misión!», pero como estábamos más borrachos que él, lo comprendimos perfectamente. 
Toda la tripulación dio un paso atrás. A algunos emprendieron la huída tan deprisa que se les pasó el colocón de lo que se habían metido en el cuerpo. Yo me caí de culo y me quedé riendo como un borracho idiota. 
—¡Falla el motor de arranque del reactor —hipó, eructó, hizo una mueca capaz de asustar al miedo y continuó—. Alguien tiene que salir de la nave a darle a la manivela para ponerlo en marcha! 
Ahora pienso que quizás no dijo eso, pero fue lo que yo entendí. Comencé a reír a mandíbula batiente, luego alguien me levantó y me empujó con tal fuerza que fui a darme de bruces con el contramaestre. Sí, el oficial que más me odia desde que en la Estación Júpiter L3 me follé a su parienta. Creo que lo que le sentó mal fue que la muy zorra le dijo que yo la tenía más larga y más dura. El caso es que el contramaestre me agarró del pescuezo y… Al rato ya estaba yo vestido con el traje espacial y cargado con toda la parafernalia necesaria para… 
—¿Qué… qué es lo que tengo que hacer? —balbuceé. Como respuesta varias manos me empujaron dentro de la exclusa de aire. Cuando me di cuenta estaba flotando fuera de la nave. Y el cordón umbilical, que nadie se había molestado en atar, flotaba a mi lado. Me agarré a uno de esos tubos, que sobresalen del casco y que nunca he sabido para qué servían, y, dispuesto a cumplir mi absurda misión, me desplacé hasta la parte posterior. 
Nunca me ha gustado flotar en el vacío. La falta de gravedad me marea y la inmensidad del espacio me da vértigo. Agarrado al puñetero tubo solo veía pasar el casco oxidado de la nave, lo cual, unido al resacón que yo llevaba, me mareé y vomité. 
Los vómitos cubrieron el visor del casco y dejé de ver por dónde iba. Luego sentí que tropezaba con algo y me agarré con fuerza. Pero lo que fuese se quebró y giré, dándole una patada a otra cosa, y comencé a girar en sentido contrario. Cuando la fuerza centrífuga apartó los vómitos del visor, vi alejarse el viejo carguero espacial, dejándome a la deriva. 
—¡Lo he reparado! —grité por la radio—. ¡Esperadme, hijos de puta! —añadí, pero nadie respondió y la nave siguió alejándose a toda máquina. 
Unos minutos más tarde la nave hizo explosión. 
Horas después, cuando ya estaba sobrio, me recogió una nave procedente de Marte, llena de adoradores de los Testículos de Jovak, una secta que practicaba la autocastración. Cuando me preguntaron qué había pasado, decidí mentir, ¿cómo explicar que el cocinero de la nave hubiese salido al espacio, completamente borracho, a reparar una avería en el motor? 

Acerca del autor:
José Vicente Ortuño

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