viernes, 9 de octubre de 2015

La visita - Adriana Alarco de Zadra


Casi me quedo sin novio el día en que le conté a Marcelo sobre la visita. Estaba inquieta y me aterré cuando me encerraron en el dormitorio. Marcelo nunca me cree cuando le cuento sobre algún evento de mi pasado reciente. Es escéptico, incrédulo y desconfiado por naturaleza y tiene hasta el día de hoy la vaga idea de que yo soy algo desquiciada porque entro a la casa por la ventana en lugar de entrar por la puerta, porque me baño en el mar a medianoche bajo la luna, porque le dejo mensajes como “te amo” pintados con acrílico sobre su coche y luego debe pintarlo todo de nuevo, enfurecido. Pensaba que estaba loca y, en fin, cuando recién lo conocí debía hacer lo posible para que no creyera lo que creía, o sea debía creerme cuerda porque sino me quedaba sin novio. Por eso fue la siguiente confesión una de esas noches.
—Tengo un tío que es psiquiatra y trabaja en el manicomio.
—¡Ajá!
—Una vez me encerraron en uno de los dormitorios.
—¡Ajá!
—Pero fue una equivocación.
—¡Todos dicen lo mismo!
—Es verdad que fue un error.
—¡Te creo!
—No pongas esa cara de duda. Espera a que te explique.
—¡Explica!
—Estaba yo de visita al hospital psiquiátrico con mi tío, el doctor, llevando dulces y galletas a los enfermos. Repartía de cama en cama golosinas a las mujeres que se encontraban en un largo dormitorio.
—¿Tú también estabas en cama?
—¡Yo estaba repartiendo dulces! Agradecían con sonrisas en sus bocas desdentadas que me llenaban de ternura. Al fondo del dormitorio encontré a una anciana bordando un mantel con flores exóticas de colores y pájaros extraños de plumas y orejas, con alas y rabos.
—¡Muy creativo!
—La mujer vagaba su mirada inestable por las paredes vacías. Tenía ojos grises, dulces y serenos. Le pregunté por su trabajo con la aguja.
“Estoy bordando este mantel para mi boda, querida”, me contestó. “¿Ves este pajarito? Es una alondra. ¿Ves esta flor? Es un lirio japonés.” Luego, la anciana aclaró al verme asombrada por esa próxima boda a su tan respetable edad: “Me casaré cuando termine de bordar el mantel, querida, ¡claro está!”, Y, luego, acercándose a mi oído, susurró: “Mi novio llegará por mí en un caballo alazán cuando levanten vuelo las aves del mantel y caigan los pétalos de las flores. Entonces, yo lo esperaré lista en el balcón con mi traje de novia, y con él me iré lejos, lejos de aquí.” Los ojos de la mujer se perdían en un paisaje que no existía en medio de esa pared vacía y sin ventanas. La alondra salió revoloteando y se apoyó sobre el lirio que abrió sus pétalos. Le pregunté que adónde estaba su novio y me entristeció su respuesta: “Ya vendrá, querida. Cada vez que pregunto por él me dicen que ha muerto de amor, pero yo sé que no es verdad. Casi todas las noches viene a visitarme y tiene un agujero en el pecho”. Ella se rió compadeciéndose del mundo absurdo y mentiroso del cual ya no formaba parte. Los lirios seguían creciendo alrededor de su cama y las enredaderas trepaban por los rincones. Las alondras revoloteando con sus alas de hilo de bordar se pegaban a las paredes como dibujos en movimiento. Decidí que era el momento de regresar al mundo real. Le di un beso en la mejilla aunque no creí toda su historia porque me encontraba en un lugar donde no hay que creerle a todo el mundo. Cuál no sería mi sorpresa y mi terror al encontrar que estaban cerrando la puerta del dormitorio con llave.
—¿Y te acostaste en una de las camas? – preguntó Marcelo.
—¡Por supuesto que no! Fui corriendo a tocar la puerta para que me abrieran mientras el dormitorio se llenaba de penumbra y las enfermas me observaban temblar y transpirar con sus ojos fijos y muy abiertos.
—¿Te abrieron la puerta?
—¡No! Me gritaron desde el otro lado: “¡No haga tanta bulla y vaya a su cama!” ¡Me estremecí pensando que podía quedarme en aquel lugar sin culpa ni beneficio! Las lágrimas pugnaban por salir y el corazón me latía furiosamente. Supliqué a la enfermera a través de la puerta, con la voz más cuerda que pude sacar, que yo estaba solamente de visita y que me dejaran salir.
—¿Esa fue la vez que te quedaste en el manicomio?
—¡No me quedé, Marcelo, no me quedé, te lo repito! ¡Fueron sólo unos minutos! Me abrió la puerta una señora extravagante que vio mi estado tembloroso después del susto y tomándome del brazo me alejó dulcemente. “Mi cielo, no se impresione”, me susurró con voz tranquilizadora, acariciando las plumas de un extraordinario sombrero. Me observó con sus ojillos escrutadores mientras yo le miraba el rojo de los labios, pintados sin espejo, que le llegaba hasta los cachetes. “Yo la conozco a usted, mi cielo”, exclamó sorprendida. “¡Si tengo su retrato sobre la cabecera de mi cama, mi cielo, y le rezo todas las noches!”
Más me asombré yo con aquella declaración y traté de alejarme, cuando observándome entre las plumas del sombrero estrambótico donde había anidado una de las alondras, me señaló con el dedo y exclamó: “¡Si eres Santa Rosa de Lima, mi cielo!”.
—¿Esa dulce señora muy emperifollada te confundió...?
—Ella era también una paciente del hospital.
—Bueno. Te perdono por esta vez...
—¿Ahora me crees cuerda?
—¡Claro que sí, María! ¡Solamente me gusta hacerte enojar!
—¡Felizmente lo crees, Marcelo, porque yo hasta ahora no estoy muy segura!
—Bueno, y tú ¿qué hiciste, entonces?
—Preguntándome por qué será que me confunden siempre con Santa Rosa de Lima, ¡me di media vuelta y decidí regresar nuevamente a mi estampita!


Acerca de la Autora:
Adriana Alarco de Zadra

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