Me acaban de hacer notar que el papel no está tan blanco como otras veces. Me gustaría poder hacer algo al respecto, pero es el ruido, ¿oyen?, la sierra de la otra cuadra, las válvulas del colectivo que pasa por la esquina, el tipo que martilla como asesinando al perro. Todo contribuye. El papel recibe esas cosas, es como las plantas que son sensibles a todo. El papel se empieza a poner amarillo en los bordes, en las puntas. Lo escrito también se deteriora, se pone gris, más que nada en verano, cuando uno abre las ventanas y el ruido entra a tapar mi desorden con el suyo. Dejo como prueba la palabra prolegómeno, que (lo saben quienes me conocen bien) jamás usaría en un texto.
Acerca del autor:
Eduardo Abel Gimenez
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