Fue hace mucho y muy lejos. Él no sabía nada de su idioma, tampoco ella del suyo. Pero se vieron y se miraron largamente, hipnotizados. Cuando comenzó la música, caminó hacia ella; no dejaban de mirarse. Él le tendió la mano, ella se levantó y con toda su gracia, haciendo giros con su dedo índice preguntó:
—¿Dance? —Él la miró, embelesado, y solo atinó a contestarle tomándola de la cintura. Y así comenzaron a girar, y bailaron como los ángeles, si es que los ángeles bailan, y todos los miraban.
—Helen —dijo ella señalándose
—José—contestó él y siguieron bailando y la felicidad embargó a todos, estallaban los colores y los sonidos y ellos y la gente se unieron en un momento mágico, y fue bueno.
Hoy, esta tarde, agobiado por un día pleno de dolores y tristeza, José escuchó la música, ¡sí!… aquella música de hacía muchos de años. Se puso lentamente de pie, buscó un lugar con la mirada y murmuro:
— ¡Dance, Helen… Dance!
Muy lejos de allí, la mujer, en una sala rodeada de otras, en el hogar, se puso de pie, y dijo:
—¡Dance José… Dance!
Y comenzaron a bailar, ellos y todos los que estaban allí, y volvieron a ser magníficos, y los que bailaban aquí y allá, supieron de la magia, la magia que ellos guardaron celosamente en un rincón del corazón y que ahora era de todos.
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