“Cuentan de un sabio, que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas yerbas que cogía.”
Hizo un alto, se quitó el sombrero y se secó el sudor de la frente con un pañuelo ajado, mientras, seguía recordando los versos de Calderón de la Barca:
“¿Habrá otro, entre sí decía,
más pobre y triste que yo?
Y cuando el rostro volvió,
halló la respuesta, viendo
que iba otro sabio cogiendo
las hojas que él arrojó.”
Rasputila se volvió. Tras él no caminaba otro sabio, sino su pobre aprendiz que, con la cara demacrada por el hambre, lo miraba con admiración.
Acerca del autor:
José Vicente Ortuño
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