—En un campo que entra el agua, mientras sale de a poco, la sal va secando la lengua de las vacas. Eso, partido en versos de alguna manera que no sé, cantaba un viejo en el almacén de Amanda, en Arroyo Querandí, el profundo.
—La Luna no seca el agua del río, la llena de lágrimas para que le quede más sal y la cigüeña se vaya por donde vino y el flamenco se vuelva rosa en otra primavera —cantaba el paisano.
—¡Documentos! —entró pidiendo el sargento Lacrema, con ese grito especial que tienen los canas.
El paisano seguía llorando la lluvia, no escuchó. Tenía oídos para esas diosas en que él no creía. Al segundo grito del sargento le siguió un tiro de la 45.
—¡Gaucho retobado! —gritó el sargento.
Mucha sangre. Nunca vista en Arroyo Querandí salvo durante el carneo de los chanchos, para los chorizos ¿sabe?
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Héctor Ranea
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