Como cualquiera, alguna virtud tengo, aunque ninguna me viene ahora a la memoria, y son muchos y terribles mis defectos. No debe extrañar, por tanto, que escriba estas líneas desde la prisión, donde purgo horrendos crímenes que no detallaré. Dos hechos triviales pueden, tal vez, redimirme: el hallazgo de una Biblia editada en la versión de Monseñor Straubinger y mi encuentro con el joven maestro artesano del taller de carpintería. Aplicado a la lectura del Libro Sagrado y a las manualidades preveo que hallaré la salvación. Falto de imaginación, recurro a una de las reproducciones de Tissot que ilustran el Nuevo Testamento para copiar en madera de pino una Tau de tamaño natural. Ni la idea misma ni la tosca ejecución dejan indiferente al bondadoso muchacho, que sigue mi tarea con interés y cierta perplejidad. Pronto estará concluido el trabajo y seré, por fin, absuelto (todos lo seremos). Pronto, secretamente (devotamente), lo habré crucificado.
Acerca del autor:
Enrique Tamarit Cerdá
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