Hoy tocó a mi puerta un hombre vestido con armadura, bigotito, barba fina colgándole del mentón y modales anticuados.
—Buenos días, caballero. ¿Tendría usted la amabilidad de brindarme un poco de agua para que mi rocín se pueda refrescar? —dijo, mientras señalaba al viejo y flaco caballo que arrastraba con dificultad un carro repleto de cartones, envases de plástico y cosas por el estilo.
No suelo atender a quienes tocan el timbre para pedir o vender, pero esta vez era diferente. Se lo veía tan atildado, tan inofensivo y bien educado que decidí socorrerlo.
—¡Aldonza! Vení un momento —llamé a mi hija quinceañera—. ¿Podés llenar el balde con agua y traerlo a la puerta?
Cuando la vio, de inmediato se arrodilló frente a ella, le tomó la mano y besándola, exclamó:
—¡Al fin te encuentro, Dulcinea!
Y dirigiéndose a mí:
—¡Oh, noble señor! ¿Tendría a bien concederme la mano de su hija?
¡Qué oportunidad!, pensé. Y sin dudarlo accedí.
Allá van. Acaban de doblar la esquina. Intuyo que serán felices.
—Buenos días, caballero. ¿Tendría usted la amabilidad de brindarme un poco de agua para que mi rocín se pueda refrescar? —dijo, mientras señalaba al viejo y flaco caballo que arrastraba con dificultad un carro repleto de cartones, envases de plástico y cosas por el estilo.
No suelo atender a quienes tocan el timbre para pedir o vender, pero esta vez era diferente. Se lo veía tan atildado, tan inofensivo y bien educado que decidí socorrerlo.
—¡Aldonza! Vení un momento —llamé a mi hija quinceañera—. ¿Podés llenar el balde con agua y traerlo a la puerta?
Cuando la vio, de inmediato se arrodilló frente a ella, le tomó la mano y besándola, exclamó:
—¡Al fin te encuentro, Dulcinea!
Y dirigiéndose a mí:
—¡Oh, noble señor! ¿Tendría a bien concederme la mano de su hija?
¡Qué oportunidad!, pensé. Y sin dudarlo accedí.
Allá van. Acaban de doblar la esquina. Intuyo que serán felices.
Acerca del autor:
Fernando Andrés Puga
No hay comentarios:
Publicar un comentario