lunes, 10 de agosto de 2015

Fin de Ubú - Héctor Ranea


Roi Ubú es cruel en demasía. A raíz de eso fue a la guerra. Una vez allí hizo las peores tropelías. Iba a las trincheras enemigas por la noche, para poner en cada suela de zapatos cientos de clavos. Cuando los soldados trataban de incorporarse a la mañana, se los clavaban y no podían decir nada a sus sargentos porque serían castigados. Así, debían pasar por la enfermería a pedir alcohol y vendas que Ubú había cortado con una tijerita que llevaba consigo, así que no podían curarlos, y morían de gangrena.
Otra desfachatada crueldad de Ubú se basaba en su fealdad extrema. Podía colocarse del otro lado de los espejos y los soldados, al afeitarse, creían haber sido transformados en monstruos por algún gas mostaza. Gritaban tanto que los liquidaban antes de que los enemigos descubrieran las posiciones.
Éstas y otras crueldades hacía Ubú sin que lo descubrieran. Hasta que un soldado que vio de noche su desagradable silueta, le jugó la peor de las bromas pesadas. Le pegó con un palo, le hizo perder la memoria y le puso sus borceguíes. Al despertar, Roi Ubú vio los botines, les clavó los clavos y se ensartó a sí mismo. Sin botiquín, se pegó la gangrena y murió.
Nadie lo llora porque había matado o hecho morir a tantos soldados enemigos como propios.

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