Una cucaracha virtual apareció en la pantalla de mi computadora, y yo tenía que perseguirla y aplastarla con una chancleta, también virtual, mientras una señora española me decía: “Has recibido un nuevo mensaje”.
Entonces, entre miedoso y aturdido, rocié la pantalla con insecticida, a ver si la cucaracha se moría, y todo lo que conseguí es que la española que anunciaba los nuevos mensajes se largara a toser.
Un abogado, virtual, quiere llevarme a declarar ante un juez, también virtual, por el daño que virtualmente le hice a una mujer de la que solo conocía su voz, y ahora también su tos. Los tiempos son vertiginosos y yo no estaba preparado para todo esto.
Temo pasarme el resto de mi vida escapando sin cesar, acusado por un crimen que no cometí.
Rogelio Ramos Signes
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