martes, 15 de septiembre de 2015

Grin Bo Thon, comisario de sanidad alimenticia – Daniel Alcoba



para Melisa Cancio 


Si Grin Bo Thon, el doctor en bioquímica beijinés (“pequineses” son los perros), no hubiera sido hijo y nieto de cocineros de la provincia de Guangdong, nunca se habrían descubierto las proteínas con Carbono 14 y Carbono 15 en las hamburguesas, albóndigas, pasteles y empanadas expedidas por tres cadenas de comida rápida holandesa, dos californianas y siete del Extremo Oriente, cuyos análisis genéticos de inspección sanitaria revelaron su condición de exo platos preparados con carnes alienígenas. Y además, que ese “ganado”, antes de elaborarse en la cocina vivo, creyéndolo supercongelado, desembarcó en el hielo para hibernarse inmediatamente después en los icebergs del continente Ártico, de la manera más natural permitida en el Sistema Solar. Y que tal desembarco de colonos procedentes de Alpha Centauri, según indicaba la abundancia de Carbono 14 y C 15 hallados en los restos de pasteles de carne, así como en millones de empanadas, procedían de los tiempos de la primera glaciación del pleistoceno. Traduzco: tenían más o menos un millón seiscientos mil años de hibernación. ¿Es que no debían considerarse siquiera caducadas? 

Si los cookys guangdonguianos, abuelo y padre de Grin Bo Thon, no se hubieran aprovisionado de carne para la preparación de hamburguesas, steaks tartares, pimientos y berenjenas rellenas en el yacimiento abierto en el glaciar de la montaña que dominaba el pueblo no habría acaecido la menor catástrofe, y esta historia no tendría el menor interés. Pero como a causa de su herencia materna Grin era architataranieto de Lie Tse, el poeta taoísta, Grin Bo Thon llegó hasta la propia fuente de la carne alienígena. 
El gran maestro taoísta legó a Grin Bo Thon algunos dones: oír con los ojos, ver con los oídos, oler con ombligo y culo, hacer reconocimientos táctiles con el entrecejo valiéndose de un gong, y emitir flatulencias a distancias próximas a los diez mil li. Aunque nunca pudo viajar montado en el viento, como solía hacerlo su protoabuelo Lie Tse con ejemplar regularidad, porque estaba algo gordo para jockey del viento. 
Al secretario general de la federación de mandarinatos de la RPCH le bastaron el CV de Grin y su árbol genealógico taoísta para investirlo Primer Comisario de Sanidad con plenos poderes para investigar a fondo el origen de la infección sanitaria fraudulenta. Y reparar el daño infligido a la nación alienígena ya comida y digerida. 
A la vez, el anciano mandarín designó a un comité de biólogos, médicos, genetistas y hasta un astrofísico distinguido con el Premio Nobel, para que investigaran en torno al impacto patológico, neuro psíquico y genético de la contaminación proteica de C14 y C15 a escala global. 
La gestión de Grin Bo Thon como Primer Comisario de sanidad fue diáfana como una soleada mañana de enero en el Sáhara. Enfundado en su uniforme de sabueso, con pantalón horadado en los fondillos, para oliscar, Grin Bo Thon interrogó al jefe del departamento “insumos cárnicos” de la cadena de hamburgueserías más grande de China. 
Al sentarse en el sillón que le ofrecieran, el Comisario Primero olió la presencia de restos exógenos al instante. Más aún, el culo se le convirtió en una especie de trompa de elefante; por la eficacia olfativa, no por la forma porque de hecho, su culo seguía siendo un culo humano, pero atento a cualquier novedad odorífera. 
El comisario Grin Bo Thon detuvo al jefe del departamento de insumos cárnicos. Cuando este se puso de pie y echó las muñecas atrás para que el máximo inspector de sanidad lo esposase a la espalda, Bo Thon olfateó la cintura del detenido y otra vez captó una vaharada de presencia alienígena. 
El jefe de insumos cárnicos recibió tres descargas de picana taser de 75 000 voltios y 0, 0025 mA que lo dejaron tonto del todo unos veinte minutos, hasta que, repuesto, y sin que Grin Bo Thon le preguntara nada, explicó que la carne de hexápodos artúricos que se consumían en el Globo, procedía de la caza científica, racional, que explotaban los tricéfalos en las Sirenas de Arturo. Y que llegaba fraccionada y envasada al vacío en las naves transportistas fantasmas del tricéfalo Kurgburg, almirante galáctico del Gran Tricefalón del Nuevo Mega Imperio. 
El Primer Comisario comprendió al punto que a los hexápodos artúricos no había que indemnizarlos y ni siquiera pedirles perdón, que lo más lógico era seguir comiéndolos tranquilamente. Y que el tal Kurgburg ofrecía un excelente servicio a la humanidad ejerciendo el monopolio de la producción de carne de hexápodo, enorme cilindro de sabrosa carne que se sostiene y anda sobre seis enormes jamones.

—Siendo así —dijo Grin Bo Thon guardándose el taser en el bolsillo del corazón—, perdone usted los electrochoques que al menos le han servido de masaje, y explíqueme de qué se alimentan los alienígenas, y cómo puedo yo hacerles saber que estoy dispuesto a negociar con ellos y que para nada  los considero enemigos, aunque sí muy apetitosa comida. 
En cambio, el colectivo científico de biólogos, médicos, y físicos se empantanó en logomaquias y enfrentamientos teóricos que hicieron correr sangre y pusieron a la República Popular otra vez al borde de una profunda revolución cultural.


Acerca del autor:
Daniel Alcoba

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