—Disimula, Glenda; creo que nos están vigilando.
—¿Quién? No creerás que ese tipo de allá…
—Shhh… No, creo que no, aunque no me extrañaría que trabajara para Hoover…
—Jack, la semana pasada me dijiste que creías que era un espía ruso.
—Nunca se sabe. Sonríe, cariño… No me refiero a ese tipo: es otra cosa.
—A veces también sospecho que nos vigilan, Jack. ¿Acaso tu mujer..?
—Shhh… ¡Baja la voz, por Cristo! Ella no sospecha nada.
El barman los miró un instante, creyendo que lo llamaban. Pero no, lamentablemente no era con él la cosa. Suspiró agobiado. De los cuatro, era el único que había intuido la verdad desde hace un tiempo, pero no se atrevía a abrir la boca. Sabía que estarían atrapados allí hasta el final de los tiempos, y ya se había resignado. Al menos, pese al aburrimiento, no la pasaba tan mal. Peor era afuera, Dios lo sabía, con tantos jóvenes muriendo en la guerra. Tal vez el otro tipo supiera algo, pero jamás decía nada; solo un gesto para renovar el pedido, y volvía a encerrarse en su propio mundo.
Eran cuatro voluntades petrificadas en un marco dorado: cuatro seres de la noche condenados a permanecer en una pecera iluminada, como ejemplo o advertencia para los seres de la oscuridad.
—Creo que le gustas, Glenda.
—¿Al tipo aquel?
—Al barman, cariño. Ya lo he pescado un par de veces mirándote.
—Para ti, todos nos miran, Jack. Dime, ¿alguna vez te has preguntado qué demonios hacemos aquí? A veces siento que llevamos una eternidad en este boliche infecto.
—Estamos vivos, Glenda. Es lo único que importa.
N. del A.: Esta pieza está inspirada en el caudro de Edward Hopper. "Nighthawks".
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