—Me tendrá que acompañar —dijo el segundo atento al pasajero del rail-bus que no podía enteder por qué lo llevaban con petates y todo.
—¿Perdón? —atinó a decir, pero en el instante en que su tono de voz se alzó por sobre el promedio de ruido del motor, el tercer atento lo encañonó con un arcabuz tan arcaico como temible.
El primer atento le espetó
—Señor, le estamos pidiendo que se baje con todo y equipaje de este rail-bus. Ya seguirá el viaje cuando pueda, pero no haga que los demás pasajeros se retrasen por su tozudez.
Bajaron todos los atentos y el viajero. Amablemente, pero sin dejar de tener contacto físico con él, cosa sumamente molesta, lo llevaron a la oficina de control de tráfico y seres, ahí lo esperaba el jefe de atentos y el caporal de ejecutivos.
—¿Nombre?
—Juan de Dios Filiberto.
—¿Profesión?
—Músico.
—¿Especialidad?
—Tango.
—¿Nacionalidad?
—Se discute —contestó ingenuamente el interpelado.
Hubo un poco de intranquilidad en el cuerpo de los ejecutivos.
—¿Lo liquidamos, jefe? —dijo el caporal.
—¡Sh! —dijo este—. ¡Cállense la boca!
—¿Fecha de nacimiento?
—Más o menos en el 85, 1885.
—¿Sabe qué año es ahora?
—Si no me fallan las cuentas, el 2087.
—¿Sabe por qué lo está buscando la policía de Francia?
—Ni la menor idea —dijo Filiberti con no disimulada sorpresa.
—Lo buscan como desertor. Evitó hacer el servicio militar en tiempos de guerra por la Francia, señor.
—¡Pare un poco! Ni siquiera soy francés.
—Usted mismo dijo que su nacionalidad es materia de discusión —el que hablaba era el caporal de los ejecutivos.
Se hizo un silencio denso y oscuro.
—¿De qué guerra me acusan haber faltado?
—Incontables —contestó el primer atento—. Incontables. Desde la guerra de invasión a Anglia en 1033.
—¿Qué? Si ni siquiera había nacido, diga.
—Tenemos registros de que apareció durante la guerra de la oreja de Jenkins y no se alistó.
—¿De qué carajo hablan?
—Señor, modere su lenguaje —dijo el caporal acercando vistosamente la mano derecha a su pistola Ballester Molina calibre 45.
—¡Modere su locura! —contestó Filiberti—. Parece que me estuvieran tomando el pelo.
—Al parecer —dijo el jefe de los atentos—, usted no completó el formulario ZX23/40, señor Filiberti.
—Filiberto —lo corrigió—. No sé de qué me habla.
—¿No es usted un viajero del tiempo?
—Sí. ¿Y?
—Bueno, le informo que no llenó el formulario ZX23/40.
—¿Y de qué año es?
—Del 2045.
—Fíjese qué dice en mi documento de flete. Salí en el 1953. No estaba vigente.
—Las leyes no las hago yo —dijo el primer atento—. Tengo que vigilar que se cumplan.
—Bueno —concedió el viajero—. Dénme el formulario, lo lleno y listo.
—No es tan simple, señor. Me temo que va a perder el rail-bus.
—¿Y después, qué? —se alarmó Filiberto—. ¿Tiene idea del desbarajuste que van a armar con esta puta burocracia? Si pierdo el tren, habrá lío en todo el continente porque no habrá concierto y...
—¿Perdón? ¿Sugiere usted que nos salteemos un tema tan sensible? Por lo que a mí respecta, usted merece un tiro en la nuca, señor —exclamó contenido el caporal—. Es más, ¿procedo? —dijo dirigiéndose al jefe de atentos con la pistola ya desenfundada.
—Proceda —fue la última, fatídica palabra suya.
El disparo le sonó en el acorde de La Mayor a Filiberto que recordó, extrañado, a Discépolo en el último instante.
—Perdón Filiberto ¿me oye usted? —dijo la voz angelical de la revividora quinta.
—Sí; te oigo pero me retumba un La Mayor. Van a tener que hacer algo con el dolor. Esta puta burocracia me mata.
—Ni que lo diga. Tiene más entradas que nadie, Fili. Va a tener que hacer algo, parece que atrae a los atentos. Deje de usar sombrero.
—¿Usted tiene autoridad para darme consejos? ¿Desde cuando?
—Desde 2131, Fili.
—¡Caramba, cómo pasa el tiempo! —dijo y se durmió por un rato, apoyando su cabeza sobre el regazo de la revividora quinta, su favorita, a quien el llamaba su Clavel del Aire en flor.
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Héctor Ranea